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  • Foto del escritorMEGOVA

Esa fría morada ...

Era una casa de aproximadamente 1,83 metros de altura, con dos ventanas color miel con toques amarillos que dejaban al descubierto su interior, su alma, sus intenciones y sobre todo su recorrido durante sus 23 años de construcción. Recuerdo que tenía unas cortinas crespas y largas que adornaban sus ventanas de una forma maravillosa, cualquier mujer hubiera querido tenerlas en las suyas. Su fachada era blanca pero el sol la desgató con sus caricias, dejándola con un toque amarillento - anaranjado; había rastros de algunos puntos cafés oscuros que parecían pantano esparcido por todos los rincones de aquel exterior, como si un día algún niño bajo la lluvia acompañado de sus botas pantaneras hubiera saltado tan cerca como para dejarle plasmada para siempre su felicidad en sus paredes.

Su puerta de entrada no sale de mi memoria, puedo verla mejor cada noche al cerrar los ojos; era rosada y gruesa, tenía algunas grietas que denotaban la resequedad y el uso, pero aun así invitaban inevitablemente a abrirla, no era una puerta como las usuales, esta se abría por la mitad, como las de los bares, esas de las que sabes que una vez entres saldrás borracho; en el interior de esta se escondían unas perlas perfectamente alineadas y grandes que brillaban naturalmente; se asomaban poco a través de esa gruesa puerta rosada, y cada que lo hacían sentía que se detenía el tiempo y no importaba nada más.

La casa no estaba a la venta, pues su anterior inquilina al parecer había dejado su interior algo desordenado y destruido, así que necesitaba repararse con tiempo y soledad, pero yo la quería para mí, la quería tanto que me fui a vivir allí sin invitación ni permiso alguno, solo quería repararla, quería hacerla brillar de nuevo y que me aceptara como su nueva inquilina para cuidarla y llenarla de cosas hermosas que nos permitiera disfrutarnos hasta que se pudiera. Con el tiempo cada flor que sembraba en su interior moría por el frío de la indiferencia que emitía, cada color que le ponía a nuestros días terminaban mezclándose y convirtiéndose en gris ; me abrí en todos los sentidos a esta casa, intenté regalarle un poco de mi luz pero le gustaba la oscuridad y yo comenzaba a permearme de esto, a convertirme en alguien que no era por querer permanecer en una casa que no estaba diseñada para mí y que nunca quiso que la retocara.

Al final no me quedó de otra que recoger las pocas cosas que me quedaban y despedirme de aquella casa, esta solo me abrió la puerta para que saliera, no me agradeció , no me dijo que me quedara, solo se quedó viendo como me alejaba en busca de otra casa, una que me abrazara con la calidez de su interior y me permitiera pintar mil colores en sus adentros, una casa que me quisiera dentro de ella, pues estaba claro que una fría morada, por más que me hubiera gustado, no iba a ser nunca un hogar para una mujer que bota fuego.

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